La fotógrafa leonesa Julia González Liebana, después de su paso por Paris, presenta la exposición «Herbarium evanescente» en el Museo de León. Una muestra de fotografía artística que incluye más de 30 trabajos con plantas y vegetales con las que la autora pretende mostrar una percepción de la naturaleza personal e íntima.
Herbarium evanescente – Julia González Liebana
«La Exposición de fotografía artística «Herbarium evanescente» de la fotógrafa Julia González Liebana está formada por una serie de 30 imágenes de plantas y vegetales, fruto del trabajo de observación y de contemplación de la naturaleza en el que la artista descontextualiza estas plantas y vegetales para mostrar la belleza escultórica, de formas, de texturas y también la belleza de su decadencia, que nos hace reflexionar sobre el paso del tiempo y la muerte.
La obra está realizada en blanco y negro, con lo que Julia González Liebana pretende llegar a la esencia y al alma de las plantas fotografiadas.
Julia González Liebana ya realizó en el año 2003 otra exposición itinerante por la comunidad de Castilla y León, sobre plantas y flores, pero en color.
«Son plantas que fotografío en mis marchas y caminatas por la naturaleza; a veces las fotografío in situ con material fotográfico que llevo en la mochila, otras veces son plantas que me encuentro en los márgenes del camino o en el suelo, las recojo y las guardo cuidadosamente en la mochila para fotografiarlas posteriormente en el estudio», nos contó Julia.
El botánico alemán Karl Blossfeldt (1865-1932), sirvió de gran inspiración para la realización de esta maravillosa colección.
‘Herbarium evanescente’ la exposición de Julia González Liébana llega al Museo de León.
Por LUIS GRAU LOBO
Director del Museo de León
Imagino que detenerse a examinar la apariencia de las plantas fue uno de los primeros actos creativos del ser humano, un gesto que, con el tiempo, propiciaría la invención de la agricultura y la primera gran revolución de la humanidad, la neolítica. Ya entonces debió existir quien especulara sobre su escondida magia y la exuberancia de detalles que las plantas ofrecen a la vista. Hasta entonces, y como suelen, solo habrían sucumbido a nuestras pisadas o al gesto de arrancarlas para alimentarse de algún fruto o empuñar algún fragmento contundente. Convertirlas en objeto de atención y conocer sus ritmos y su fertilidad llevó milenios y nos condujo donde estamos. Admirarlas, como hace Julia, se convierte por ello en un acto de introspección, una forma de reconocimiento y, en última instancia, de invocación.
Se muestra misterioso el reino de las plantas por muchas razones. Solo ellas son capaces de convertir en vida lo que no está vivo. Consagran el esplendor de esa virtud a un crepúsculo íntimo y sigiloso que renovará ese privilegio. A tal abnegación dedica Julia las imágenes de esta exposición. Rescata la mansedumbre de sus renuncias en un catálogo de postrimerías que eleva ese recato a la altura de obras de arte, de esculturas antiguas. Tal es su figura cual si en lugar de pétalos enfermizos o quebradizas hojas contemplásemos mármol o bronce.
Uno de los mayores regalos que las plantas nos hacen consiste en ofrecer una manera cierta de medir el tiempo y el espacio. Por un lado su ritmo cíclico nos recuerda dónde radica el genuino tempo de las cosas y por otro su supuesta inmovilidad es solo apariencia, pues se desplazan por ese tiempo, el suyo, fusionándolo con el lugar que ocupan de forma que ambos acaban por confundirse. Las plantas habitan; las plantas están.
Observarlas deriva pronto hacia una metáfora de la vida y la muerte. Por ese motivo las ha escogido Julia como una forma exquisita y genuina de vivir un duelo personal y entregarlo a los demás en forma de acto creativo, cultivando la enseñanza que nos brindan como una ceremonia. En estas flores marchitas, hojas exangües, descoloridas, tallos secos y arqueados Julia ha querido desnudar la consunción, declarar la suntuosidad de una corrupción cuyo destino fecunda el porvenir. Ese proceso a menudo oculto del que renegamos como sacrílego en nuestras culturas, en casi todas las costumbres humanas, se torna, aquí, luz. El parsimonioso desvanecimiento de una planta obedece también a otro tempo y, en especial, está dominado por otra función: su inmolación prepara un renacimiento, su final es una ofrenda a la vista y en favor de todos.
¿Existe un momento preciso en la vida de cada cual en que, después de habernos construido, comenzamos, inexorablemente, a desaparecer? ¿Puede ese instante fugaz ofrecernos alguna clave de su sentido? La búsqueda de esa fulminación sobrevuela la exposición de Julia.
Estos despojos, casi una vanitas, contrarían a quienes esperan de las plantas su vitalidad, su frescor, su fragancia, su color, virtudes que las adornan desde los tópicos y la lírica de tantos siglos. Las imágenes de Julia muestran la otra cara de esa verdad poética, que no deja de ser parte de la misma, su envés. Aquella asociación romántica entre una naturaleza exultante y las pasiones de un espíritu angustiado se expresa en una naturaleza que agoniza con la cautela y la cadencia propias de los vegetales: la luminosidad de un filtro sin colores cancela su hermosura con el pudor de un cataclismo cotidiano.
Julia dice inspirarse en el botánico Karl Blossfeldt (1865-1932), pero donde las fotografías del alemán atribuían personificaciones de un espíritu ornamental, arquitectónico, que buscaba confirmar una estética novedosa, Julia se deja llevar por el temperamento de cada espécimen y lo convierte en un retrato, el último e irrepetible retrato de algo, casi diríamos “de alguien”. Las plantas siempre posan, solo hace falta quien las mire de frente, como hace Julia en su herbario. Muchas de las retratadas parecen observarnos con el orgullo de quien, aunque fuera tan brevemente, pobló el mundo para mejorarlo. Julia ha conseguido que broten de nuevo.
Agradecimientos: Museo de León
Más información sobre la Fotografía artística de Julia González Liebana en su web: http://julialiebana.com/